jueves, 12 de marzo de 2009

MI BUENOS AIRES QUERIDA...



Sweet home Buenos Aires / donde el cielo es tan gris / sweet home Buenos Aires / condenado país...
(Charly García)


Subterranean sick blues.



Se me ocurre que mi situación en Buenos Aires es muy similar a la de una araña que por azar cayó en una tela que no le corresponde. Tiene que descubrir las conexiones, los caminos a tomar, ir dominando el nuevo territorio de a poco. Tarea difícil en esta ciudad, por dos motivos. Primero, porque la mitad del tiempo estoy recorriendo bajo tierra (amo el subte, no me importa lo que digan los de CQC, es el medio de transporte más maravilloso del mundo) y es difícil darse cuenta de la ciudad que se va desplegando encima. Anoche, que volví en taxi, tuve una mejor idea de cómo se conecta la Av. Corrientes con nuestro hospedaje de San Telmo.

La segunda razón es más estructural que operativa: Buenos Aires es desconcertante. Todo el tiempo está mutando en otra cosa absolutamente diferente. Por esa necesidad del ser humano de reconocerse en los paisajes que recorre, se me ocurre asociar imágenes con barrios y calles más vividos que éstas. Entonces doblo una esquina y estoy en la Ciudad Vieja, y a las dos cuadras entré en Zonamérica; unas cuantas cuadras y llego a Buschental; un poco más allá el Cerro.



El parque del desconcierto.



Ayer fuimos a una plaza que no entendimos. El eventual lector de esta crónica dirá: las plazas no se entienden, pero seguramente no pasó por este "experimento de urbanismo" que se ubica detrás de cuatro torres monumentales en la zona de Puerto Madero. Reconozco que la arquitectura abstracta tiene su encanto (como el "puente de la mujer", del Arq. Calatrava, que hay acá en el puerto, al que aún no le encontré la feminidad a pesar de observarlo por los dos costados).

Pero esta plaza, que entre nosotras y a falta de guía llamamos "del desconcierto", parecía sacada de una novela futurista, al mejor estilo Huxley.

Canteros circulares del pasto más fluorescente que vi en mi vida, dispuestos por azar o capricho entre caminos de granito gris oscuro o negro, intercalados con banquetas largas de frío cemento gris claro. Sin ton ni son. Un "parquecito" de troncos sin vida, amarillentos, como desprendidos de raíz; y en los rincones más inhóspitos, líneas de tres fuentecillas a modo de bebederos, que no sólo no tienen sentido estético sino también carecen de utilidad o logística. Como se apreciará, en lugar de correr despavoridas, pasamos varias horas intentando llegar a una explicación.
Sin éxito.


"Es la felicidad"



Mi amigo Catch sostiene que visitar bodegas "es la felicidad" (y yo no soy quién para desmentirlo). Pero hasta el momento, hemos encontrado nuestra "felicidad" en un recoveco del laberinto del Paseo la Plaza, en calle Corrientes, y no tiene que ver con el fermento de la vid, sino de la cebada.

Momento del "tip turístico": en el seno de este hermoso paseo cultural ubicado en Corrientes a la altura de Paraná, hay un recinto llamado Cruzat, que tiene la "primer y única" (bueno... ¡porteños!) cervezoteca del país. Más de 70 variedades, descritas en un menú con pelos y señales, aromas, gustos y retrogustos, graduación alcohólica y efecto sobre el espíritu, entre otros
detalles. El ambiente es entre medieval y zen (sincretismo, que le dicen). La decoración es caballeresca (escudos y armaduras, banderines, botellas vacías), y uno se sienta en sillones de cuero o banquetas cuadradas, blancas o negras.

El mozo que nos correspondió parecía un hobbit, y la cerveza se medía en Pintas, lo que me pareció de lo más adecuado. Recomiendo de corazón y de paladar el "Sampler". Por 24 pesos, te traen una especie de arbolito de metal en el que disponen diez tipos artesanales de cerveza en vasos un poco más grandes que los de grapa.

A probar, a probar. Para no morir en el intento, acompaña un platillo de queso y uno de maní.


Palito Ortega, la merenjena y el choripán cultural.



Nuestra existencia en ese recinto adorado que acabo de describir tenía un sencillo motivo: ir a ver el programa de Dolina. Claro, ahora entiendo. Pagar el Buquebús (incluso el lento) y venir a esta ciudad tiene muuucho más sentido que las cinco horas de cola frente a la radio El Espectador, y las dos o tres subsiguientes en la Sala Zitarrosa. Acá llegamos doce menos diez,
nos sentamos en tercera fila, y no por falta de lugares en las dos primeras, sino que, por la disposición de la sala, en esas de más adelante un siente que está violando la burbuja personal del señor Alejandro.

Me sorprendí con Dolina en los primeros minutos, cuando habló de La Noche de los Museos. Me desconcertó su criterio sobre la "cultura" y las formas de vincularla a "la masa". Decía que no había que "poner zanahorias para atraer burros" hacia la cultura, como vender choripanes en la puerta de un museo y pasar música. No esperaba algunos de los argumentos que manejó, me chocaron pero aún debo procesar por qué.

El programa estuvo muy bien, y reí a más no poder, lo cual era muy necesario teniendo en cuenta el gris y lluvioso día que pasamos. Hablaron de los raptos de las hadas, de los múltiples usos de las medias, del precio de las verduras, de cómo hacer una milanesa de "merenjena" o mandar a picar carne a la carnicería, y las similitudes entre "Despeinada", de Palito Ortega, y "Stand by me". Al final, eligieron Despeinada como cierre de programa y nos fuimos tarareando sus acordes en el taxi. O quizá eran los deStand by me, que para el caso, se aplicaba mucho más.


Subterranean sick blues 2.



La dinámica de la lluvia sería algo así: el primer día, quizá también el segundo, uno mira el cielo con cierta desesperación y trata de encontrar en algún hueco entre nubes grises y más grises, un indicio del sol que vendrá. El tercer día, asume que es probable (aunque no lo quiera confesar públicamente) que siga lloviendo. Y sigue, porfiada, la lluvia. El cuarto día, la lluvia no es más que una circunstancia, y uno sale sin paraguas, caminando por los parques como si nada pasara. Uno sabe que no se va a oxidar, así que cambia la cara y disfruta.

Y Buenos Aires con lluvia es encantadora. Todo resplandece. El verde es más verde, el gris es más gris.

Un viejo, flaco y de rostro enjuto cual Quijote que usa un paraguas como bastón, intenta meter a presión su trasero en una fila de asientos de subte que, con cinco personas (incluidas nosotras) ya no tolera otras asentaderas. De todos modos, empuja, desplaza carnes y logra un pseudo-lugar en el asiento. Con una sonrisa de oreja a oreja, nos mira y exclama a viva voz "parece que están
un poco gordos todos, je je... a ver si dejan algo para nosotros". Así comienza el jueves, 8 am, en la línea E destino Bolívar.

En la estación de Once tomamos un tren a Luján, más por tener tiempo y ganas de hacer quilómetros que por cualquier tipo de religiosidad. Una hermosura. El paisaje es tan verde, que parece una panorámica de Jurassic Park. Como siempre, tendemos a buscar nuestra propia ruta turística, sin hacer mucho caso de los highlights de los mapas ideados para el viajero.

No obstante, por esta vez y por profunda ignorancia de la ciudad, decidimos emprender la búsqueda (infructuosa, aviso) de un mapa. Fuimos a la Municipalidad y con nuestra mejor cara de turista pedimos por el tal instrumento como si la vida nos fuera en ello. La muchacha de Informes nos indicó que fuéramos a Catastro. Y ahí comenzó nuestra pequeña odisea burocrática al peor estilo Intendencia de Montevideo. En Catastro nos atendió un señor muy atento (valga la redundancia que no siempre se cumple) y nos miró incrédulo ante nuestro pedido "mapa turístico".

Claro, la muchacha de Informes nunca entendió que Catastro no se dedica a ello, por lo cual concluimos que la necesitada de información era la señorita. El atento viejito de la repartición catastral nos señaló amorosamente "para un mapa así tienen que ir a Turismo". Más claro, agua. -¿Dónde queda Turismo?, es la pregunta de rigor de quien no conoce el suelo que pisa. "En La Cúpula", contesta impasible el señor. ¿Cómo hacerle entender a ese personaje que si dos personas preguntan por un mapa, es porque quizá no sepan cómo llegar a un lugar sólo por su nombre? Así mismo se lo explicamos, y el señor sólo agregó "siguen derecho, y antes del río está La Cúpula. Ahí está Turismo". Perfecto.

Sin mapa, salimos a lo que se parecía el centro, y así era. Como turistas aficionadas, intuimos que tremenda catedral en el medio de una plaza increíblemente bella, merece la pena ser visitada. Pero ¿cuál es la urgencia? Si podemos primero pasar por una calle de-esas-que-no-dicen-nada, o ir hasta el parquecito medio venido a menos lindero al río, o entrar en un Hotel donde estaba realizándose una subasta entre vendedoras de Avón:

- "A ver.... cuántos puntos por esta compotera..." (señora mayor levantando la mentada compotera)
- (Coro) 200 puntos.
- ¿Cuántos perfumes hay que vender para los 200 puntos?
- (silencio y coro)... 20 perfumes.
- ¿Y cuál sería la ganancia...".

Suficiente.

A la tarde fuimos al Café Tortoni y nos encontramos con Pablo. Un amigo de G., de esos que conoce por blog, o fotolog, o una de esas herramientas virtuales de comunidad. Nunca, jamás, había tenido que hacer cola para entrar a un café, pero era viernes, era el Tortoni, era lluvioso.
Lo extraño de los lugares turísticos así, además de la cantidad de gentes, es la variedad en sus costumbres. Entonces, a las siete de la tarde, no tuvimos más remedio que ingerir nuestro café cubano (con Baccardi, crema y canela) mientras un yanqui se encajaba un bistec del tamaño de una bandeja (no miento) y sentir los efluvios carnísticos poco apropiados a los estómagos sudamericanos a esas horas.


El día después de ayer.



Último amanecer bonaerense, finalmente con sol en la cara. Fue el día más "Yo" desde que estoy acá. Me hice amiga hasta de un colectivero, en lo que tardó en llegar desde Recoleta a Plaza de Mayo. Antes de eso, tuve el placer de acompañar a tres mexicanos y una peruana en su primer viaje de Subte (claro, yo estaba tan ducha en las lides subterráneas que al lado de ellos parecía locataria), y compartir la mañana con ellos en el Jardín Botánico de Palermo. Y aún antes, me dediqué a hacer buenas migas con Heather, una neozelandesa a la que terminé invitando a visitarme a Montevideo (así practico mi oxidado inglés y de paso, capaz que me devuelve la gentileza y me lleva a NZ).

El colectivero, línea 61, estaba como todos los porteños: emocionados con el día de sol, después de tantos grises y lluviosos. Quizá por eso, charla mediante desde el primer asiento, terminó inventando una parada en la precisa esquina en que me venía bien bajar. Estaba de tan buen humor el cristiano que me hubiera llevado a la mismísima puerta del subte si hubiera podido desviarse.

Todos los demás (porteños, no colectiveros) se lanzaron a plazas y parques -que en Recoleta abundan- en short y bikini a tomar sol, andar en patines, sacar a los perros, dormir una siesta al aire libre, en fin, vivir su ciudad. Es por eso que el índice habitacional de este domingo bonaerense creció a límites inimaginables: los turistas a los que el tiempo les da lo mismo, y muchísimos locatarios ávidos de luz y calor.

Voy a hacerla corta y me voy a arriesgar. Me quedan aún unas seis horas en esta ciudad, y toco madera mientras empiezo estos renglones que vengo pensando desde que me bajé del 61. Buenos Aires ha sido generosísima conmigo. O los cuentos de inseguridad y problemas, o el mal humor y carácter de los porteños se magnifican en las voces de los que han pasado malos ratos. Nunca, jamás, me sentí amenazada o temerosa, en las calles de los distintos barrios, sin importar la hora o circunstancia. La gente fue gentil al extremo, los taxistas no nos robaron. Los colectiveros devuelven el saludo si les das los buenos días, y sonríen (lo viví en tres casos).

Me voy con esa imagen, quizá deformada, pero afortunadamente vívida. Ahora sólo espero la cerveza de despedida, el embarque en hora y, con viento a favor, la llegada a Montevideo. En los dos días que me quedan de licencia, casi con seguridad me encontrarán en mi casa, con los pies metidos en un latón.

***

© Helga 2007


4 comentarios:

bxl dijo...

Muy linda la cronica de tu viaje a Buenos Aires, Helga. Me dejaste con ganas de ir. Ya hace unos años que no paso por alli, pero tambien tengo buenos recuerdos.

Exepto una vez que me jodieron al cambiar plata en la calle.

Helga dijo...

bxl.. me alegro que le gustara mi cuaderno de viajes.

mi experiencia cambiaria en buenos aires fue de lo más burocrática, siempre fui a cambios o bancos y te pedían el papel de ingreso al país, cédula, teléfono del alojamiento, análisis de sangre y orina por cambiarte 20 dólares a pesos!!! pero por lo menos no me embaucaron, je.

saludos!
a mi también me dieron ganas de volver cuando le mandé la nota a chazz!

NuMaN dijo...

Je.Yo también llevo años sin pasar por Baires y me gustó mucho tu crónica, que me la acercó por unos minutos.Tengo familiares por allá y,claro,además está Dolina.

Helga dijo...

gracias numan!! estamos en contacto.