jueves, 26 de marzo de 2009

LAVIOLENCIADELOSHOMBRESMEPERSIGUE





Locación: interior de Casinos del Estado; sucursal Parque Hotel.
Time: 2:30 am.
E$tado del tiempo: nublado con chaparrones y 5 whiskys on board.


Juego en una maquinita tragamonedas, con resultados variables. Poca gente a la vista, más bien tipo chorros-planchas, edades varias.
Giran frente a mis ojos las figuritas de colores, hipnóticas y anestesiantes.

Junto a mí se instala una morochona, flaca y fuerte como palo para matar osos.
Noto con la visión periférica que me mira. Largamente. Adopto actitud número 3 (gracia, masculinidad recia, todomeimportaunamierda).

Pasan 30 segundos y ella sugiere:
- ¡Jugastes (sic) a 15 líneas y sacastes 500 créditos!
- Ajá...
- Si las pusieras en X 2, sacarías el doble...
- Es verdad...
- Yo me llamo Yamila...
- Marcoantonio a tus órdenes... ¿Te gusta la típica o el jazz?
- ¿Lo qué?
- Nada. ¿Qué música te gusta?
- La cumbia villera me encanta (se retuerce como afectada por unos 300 volts). Vos tenés pinta medio como de Pocitos; ¿te gusta el Reggaetón?
- Si supiera qué es...

En ese momento empiezan a apagarse las luces del interior del casino, mientras converso con "Jessica" y trato de levantármela (antes que el impulso de estrangularla me gane de mano). Noto alarmado que van apagando las maquinitas y ya han apagado la mía con casi mil mangos adentro.
Protesto. El jefe de sala me trata cual imbécil; insiste que no había nada que cobrar.
Diez minutos de discusión; los 5 Johnny y la pretemporada con "Tamara" me suben la mostaza y discuto, ahora sí cual imbécil. Resultado: Stalingrado; 750-900 pesos menos en mi haber.

Recorro con la mirada el casino y "Yenifer" pasó del estado sólido al gaseoso. Mala suerte, otravezserá.

En la desolada puerta del casino esperan ¡Yamila! y su generoso escote.
Combinación para mañana encuentro Plaza Gomensoro 22:00 hs.

Locación: Exteriores, Plaza Gomensoro, 10:10 pm.
Estado del tiempo: un viento de puta madre, en pleno diciembre...

Payload: ni una miserable cerveza.

Estado de ánimo: parcialmente preocupado, mejorando por el este.


Todavía leyendo en mi mente un par de mensajes de texto que me envió Yamila al mediodía, en los cuales descubrí que:
1) El inventor de "iTap"(el predictor de lenguaje de Motorola), perdió su tiempo.
2) Yamila se come todas las eses, menos la de "estuvistes".

Decido demorar un poco mi llegada a la cita de las 10:00 pm, como para que ella espere al menos 5 minutos (táctica que los hombres no dominamos demasiado).

Bajo del taxi a las 10:10, máxima demora que un hombre en estado de celo puede soportar (Dick Dickinson, Ph. D.,"Nature of Hard State Men", University of Massacotta Press), para descubrir que era el único ser humano en Pocitos capaz de soportar un huracán Fuerza 7. Nadie a la vista. Abro el celular y llamo.

- Holaaaaa...
- Ahhh... soy yo; ya llegué. ¿Venís o qué?
- ¡Sí! me visto y ya voy para ahí...

Es una batalla que los hombres jamás ganaremos...

Me aprendo de memoria la filosofía por la cual Walmer equipa a todas las familias judías de Pocitos, mientras Yamila selecciona entre la tanga negra y el culote celeste. O pelea con su madre sobre quién cuidará los vástagos hasta las 5 de la mañana. O se trenza con su hermana por la cartera rosada con tachas. Chi lo sa...

Increíblemente, apenas 15 minutos después veo acercarse a la chica de mis desvelos (y de mi neumonía triple), y me dice a quemarropa:
- Tenemos que hablar...
(¿De qué? ¿De que nos separa el hecho que no me guste la cumbia villera? ¿O el reggaetón? ¡Si no cambiamos más de 30 palabras el día antes!)
- Sí... esteeee, Vamos a un lugar tranquilo y charlamos...
(Un lugar tranquilo, es aquel en donde la probabilidad que alguien me identifique es casi la misma que ganar el juego de la cédula 3 veces).

Un taxi nos deja en el pool más atorrante de la Av. Rivera, en el cual cinco borrachos toman vino y la rockola tira música de Los Iracundos.
Nos sentamos en una mesa, pido una cerveza, una coca light para ella (todas las mujeres están cortadas por la misma tijera, con diferencia de la calidad de la tela) y 2 fichas de pool.

- ¿Venís seguido acá?, pregunta interesada Yamila.
- Tan seguido como puedo (...)
- ¿Puedo poner música?
(Sí, pero nada de cumbia, ni de ragatón, ni ninguna de esas porquerías, quisiera decir, pero mis hormonas son más fuertes...)
- Como quieras...

Tras poner la horrenda sinfonía habitual, me dice, mientras toma mi mano y la pone a 5 milímetros de su pubis:
- Tengo algo confesarte... supongo que ya te distes cuenta, pero tenemos que hablarlo...

(Dios, ¡es un travesti! ¡No me di cuenta! ¡La rep... madre que lo parió!).

- Bueno la verdad es que me parece que sí, que ya lo sospechaba...
- ¡No! ¡No vas a pensar que soy una puta!
- ¿Eh...? No, en realidad yo creí adivinar que...
- ... que soy casada... ¿Cómo te distes cuenta?
- ... eeeehhh, bueno, algunas señales había...
- ¡Vos me leés la mente, sos increíble!
- ¿Y tu marido...?
- Estamos separados desde hace 2 años, pero vivimos juntos hasta que yo pueda mantenerme. Acabo de conseguirme trabajo... de promotora de refrescos "Spuajj". En unos meses voy a mudarme y poner una boutique de ropa usada en Benito Blanco y Av. Brasil. El local me lo prometió un señor que conocí en "Azabache"...
- ¿Y tu esposo no se calienta si llegás a las 3 de la mañana?
- A veces me tranca la puerta con una silla, pero si le toco a todos los vecinos alguno me deja pasar la noche en su casa.

Mientras yo contaba la cantidad de preservativos que llevaba en el bolsillo, pensaba: "esto hay que resolverlo en los próximos 10 minutos, o voy a cometer una locura".

- ¿Porqué no vamos a un lugar más tranquilo, para charlar?
- ¿Más tranquilo?
- Sí (la estación antártica de Finlandia...). Podemos ir a un hotel muy bueno que está cerca de acá...
- Bueno, vamos; ¡pero ni sueñes que vamos a hacer el amor!
- ¡Por supuesto! Lo importante es que podamos conversar con un poco más de intimidad, mientras tomamos algo. Este lugar ya no es lo que era...

Locación: interior del móvil 22 de Radiotaxi "Scott"
Destino: un hotel de $ 300 la noche.

Sensación térmica: caliente como bombilla de latón.

Probabilidades de sexo: 99%.


El problema con Yamila es que no tiene "mute"; es como la pesadilla de una sala de Emergencias: no hay manera de parar la hemorragia que surge de sus labios. Pero en medio de todo eso, llega la frase que la ha inmortalizado:
- "La violencia de los hombres me persigue..."

Realmente interesado, dejo de mirar en su escote.
- ¿Qué querés decir?
- Es que vi como discutías con el tipo del casino y me asusté; los hombres son tan violentos...
- ¿Has tenido malas experiencias?
- Mi padre era un hombre violento; mi hermano gay se llevó cada paliza...
- ¿Y a vos te pegaba?
- No, pero me amenazaba con el cinto cuando llegaba tarde de noche... (suspiro).

(Nota: toda esta conversación se desarrolla con Yamila metiéndome mano como loca).

- Pero eso no es para tanto... ¿no?
- ...y todos los hombres siempre terminan mostrando los que son; violencia... soy una perseguida por la violencia...

Mientras reflexiono y me compadezco de esta pobre chica, la libido ya me bajó a un nivel tolerable: puedo salir del taxi sin que mi pantalón parezca la carpa del circo "Equino Brothers".

- No me parece bien que vengamos a un hotel, dice Yamila. No la primera vez que salimos...
- ¡Pero si es lo más normal del mundo! Es más, ¿no sabés que en Europa ya no se usa ir a un boliche a charlar? La gente se conoce en hoteles, es lo que está de moda...

Y ya estamos en la recepción, soportando el ritual embolante de las cédulas, pedido de cerveza y coca light, óbolo de los $300 y aceptando el control remoto de la tevé y la llave que viene con un pedazo de madera con el cual se podrían hacer a la parrilla dos docenas de chorizos Cativelli, en donde dice "902". Un hotel que tiene un solo piso de alto.
Subimos por la escalera.

- No soy de aceptar venir a un hotel, me siento fuera de sitio...- aclara Yamila.

Se me ocurren diez acotaciones a esta frase, pero no creo que este sea el tipo de mujer que aprecie mis comentarios sarcásticos. Me limito a poner cara de póker.

Llegamos a la habitación. Una lamparita flota triste en el cielo. Tv 14 pulgadas en un soporte de la pared, colcha a rayitas, lo de siempre.

Ella se tira en la cama en pose odalisca.
Esto pinta bien.
Me tiro en la cama.
No es necesario describir los preparativos habituales del sexo, ¿no?
En el mejor momento, cuando estamos parados frente al espejo del baño, tocan a la puerta. Es el maldito portero con las bebidas. Anticlímax.

Diez minutos después, recupero la posición en donde estaba.
Pero... se saca la ropa y resulta que no está taaan buena como parecía (malditos diseñadores de ropa). Pero bueno, puestos en faena...

- ¿Trajistes preservativos? (Yamila, obvio).
- Si, claro...
-Ponételo doble...

Me acuerdo de su manía de apostar por 2 en el casino, pero igual me parece un despropósito.

- Estas cosas están hechas para usarse de a una, corazón...
- ¿Y no quedaré embarazada?

La callo con un beso antes de que realmente me saque de las casillas.
Y mientras transcurre el acto nefando, Yamila, que tiene unas uñas ENORMES y largas, se dedica a arañarme la espalda con una saña que envidiaría La Inquisición.

Diez minutos después (vamos, no dura más que eso...), le digo: - Escuchame; no me gusta que me torturen mientras hago el amor; no me arañes tan fuerte...
- ¡Ay! Perdón. Lo que pasa es que pierdo la conciencia...
- Si, buenísimo, pero acabo de mirarme la espalda en el baño y me dejastes (ya me estoy contagiando...) con unas cicatrices brutales!
- ¡Perdoname, mi amor!
- El aire acondicionado está muy fuerte, me dió frío- reflexiono en voz alta.
- Me parece que en la parte de arriba de ese placar hay frazadas, dice Yamila (la que no se sentía a gusto en los hoteles...).
Efectivamente hay frazadas.

Agarro el control remoto y me pongo a hacer el deporte favorito de todo hombre: el zapping. Yamila se enrosca alrededor mío y empieza a trabajar para el segundo acto.

- Y... ¿Te gustó?
- Puff... pila.
- Porque ahora que lo hicimos, vas a hacer como todos los hombres: no me vas a llamar más...
- ¿Yo? Yo soy el tipo que siempre llama... soy más bueno que Lassie...- digo mientras paso de Fox Sports a ESPN+.

Algo bueno de Yamila: es re-meritoria. Logra que haya un segundo round. Y todo bien, hasta que empieza a arañarme con una saña increíble, tipo flagelación filipina.

- Por favor, te dije que no me gustaba que me lastimaras...
- ¡Ay, sí! Perdón...

Un minuto después, y 20 surcos más en mi espalda, comienzo a decir: -Te pedí que...
En ese momento me da un furioso mordiscón en la tetilla izquierda, que me saca totalmente.
La empujo y le digo: - Se acabó...

Me levanto de la cama, y agarro el boxer (¡claro que uso eso!) y lo tiro contra el piso, pensando que es su cabeza.

- Ahora pedite un taxi y andate...
- ¡No te entiendo! ¿No ves que sos raro?
- ¿Es raro que no me guste que me lastimen?
- ¡Sos violento! ¿Cómo me vas a hacer esto?

No contesto y después de vestirme, bajo por las escaleras. La veo alejarse en un taxi.
Mientras camino a casa (para calmar un tanto mis ánimos), cambio su nombre en los "Contactos" del celular: en lugar de "Yamila", inserto el término "Loca".

Al otro día, tipo las 11:00 suena el celular. Es un mensaje de texto de "Loca", que dice: "Agrecivo!"

***

(© 2006 Carlos B.)

jueves, 19 de marzo de 2009

VOLAR





Hay historias que tienen una alta probabilidad de convertirse en mitos. Historias de hombres y mujeres que jugaron, apostaron y generalmente, perdieron. Esta es la historia de un perdedor conocido, y un anónimo ganador.

Jorge era un dealer conocido por tener prácticamente todo lo que se puede en materia de drogas; no solo cocaína y marihuana, ese caballito de batalla de todos los vendedores de drogas del hemisferio oeste, sino que se preciaba de tener o conseguir heroína, éxtasis, anfetaminas, ácidos, y otras drogas que son tan poco conocidas que no vale la pena ni nombrar. "La casa es seria", decía con convicción.

Si sería seria la casa, que su fama y trayectoria le había permitido comprar una pick up 4x4 nueva, y una lanchita con un motor fuera de borda.

Pero Jorge tenía un par de puntos débiles. Uno, él mismo no lo sabía; el otro era la mujer de la que se había enamorado cuando tenía 16 años. Cecilia había sido su novia, y luego su esposa. Pero era una perra, un auténtico desastre; lo había engañado siempre, desde el primer mes de noviazgo, y había continuado haciéndolo, toda vez que él le dio oportunidad. Es que hay gente que no aprende, o no puede aprender, y Jorge era uno de esos. La descubría, la insultaba, le pegaba (a veces), lloraba, la dejaba, seguía llorando, y finalmente la volvía a buscar. Era un ciclo que se repetía, algo así como una vez al año.
Cuando le contó a sus amigos que iba a casarse con ella, lo recibieron en silencio. Uno de ellos le preguntó si estaba seguro. Jorge no pudo evitar enojarse, y le preguntó porqué creía que no estaba seguro.

Esa infelicidad, le provocó ser un tipo angustiado, y la angustia le llevó a comer en demasía; en definitiva, era poseedor de una doble papada, y una gran barriga. Un cuerpo peligroso para quien toma drogas, ¿no?

Bien, cuando esta historia tiene lugar, estaba empezando la temporada de veraneo. Para algunos dealers, eso significa trasladar su negocio al este, al gran balneario, o bien al segundo gran balneario. Pero Jorge estimaba esto como muy peligroso; jugar en un terreno desconocido, con diferentes agentes de narcóticos, que él no conocía. Además, quería descansar, tomar sol, estar con sus amigos (amigos que se acercaban a él para tomar drogas gratis), en fin, no sentirse perseguido por un par de meses.

Así que llegó el 3 de Enero, y Jorge enganchó el trailer de la lancha en su camioneta, colocó el portaequipajes en los racks del techo de la misma, subieron el perro y su esposa, y arrancó hacia el esperado y deseado descanso. Pero hizo una parada antes de tomar la carretera.
Paró en la puerta de la casa de su madre, tomó una cajita de metal plateada del asiento de atrás y bajó. Entró solo, porque su esposa y su madre no se hablaban desde hacía por lo menos 10 años.
Estuvo allí por una media hora, mientras su esposa fumaba en el auto, pensando maldades para decirle por haberla hecho esperar tanto tiempo.

Entre el calor, y la carretera, repleta de autos, la breve discusión con Cecilia, y el perro que ladraba cada tanto, Jorge empezó a sentir un poco de malestar, un ligero mareo y como el estómago pesado. Buscó un lugar en donde parar.

- ¿Qué pasa? - dijo Cecilia, cuando Jorge detuvo el auto en la banquina.
- No me siento bien, estoy medio mareado. Me parece que me cayó mal algo que comí.
- Alguna porquería que comiste en lo de tu madre...
- No; no comí nada en lo de la vieja...
- ¡Voy a tener que manejar yo, y faltan como 300 Km.! Yo no puedo manejar con la lancha ahí atrás, no me animo...
- No, dejá. Ya me siento mejor; sigo yo.
- ¿Porqué no ponés a "Pelé" atrás? Cada vez que ladra me deja sorda...
- Nooo... tengo miedo que se tire y se haga mierda.

Siguió manejando hasta llegar a la casita que tenían en el balneario "Punta Serena", un agreste pero de moda sitio entre la gente "cool" de la ciudad. Se juntaban allí los aspirantes a actores de teatro, escritores, "neohippies", por llamarlos de alguna manera. No había corriente eléctrica (¡fantástico!), y uno podía dormir en la playa escuchando a los lobos marinos hacer el amor, si no eran demasiado importunados por los veraneantes.

Jorge disfrutó de la agradable sensación de bajar las cosas de la camioneta y llevarlas a la cabañita, el regocijo del primer día de vacaciones, con dos meses por delante. Sin embargo, debería haberse dado cuenta que esta vez le costó mucho esfuerzo desenganchar la lancha; se cansó y transpiró de una manera desacostumbrada. "Estas vacaciones realmente las preciso, estoy fundido..." pensó.

Se tiró en la cama y durmió hasta la noche. Su mujer salió a pasear con el perro, visitar conocidos y diseminar la alegría que provoca la llegada de un dealer entre tantos drogadictos.

Se despertó tres horas después, con la boca seca, y se tomó dos latas de cerveza helada, que había puesto en la conservadora cuando llegaron.
Salió a buscar a Cecilia, con ese dejo de tristeza que le provocaba estar pensando a menudo en la infidelidad de su mujer.
La encontró en "El Leño", un barcito y restorán que era prácticamente el único del balneario. Por suerte, ella estaba sentada con dos parejas de conocidos; dos actores que eran "novios" desde hacía unos años, y otra pareja heterosexual (él diseñador gráfico y ella bailarina).

- ¡Jorgito! ¡Sentate; ya estábamos por ir a buscarte...! - dijo Esteban, uno de los actores.
- Si; me quedé dormido como un tronco - dijo mientras besaba en las mejillas a todos los presentes.
- Empezaron las vacaciones; ya hay pila de gente, ¿Viste? - dijo la bailarina.
- ¿Y tus nenes cómo están? - le preguntó Jorge.
- Ahh... quedaron con el padre. Juan alquiló en "Cabo Sur"; después veo si pasamos a verlos... Vamos a tener que recorrer todo el balneario, porque me olvidé de traer el mapita que me hizo...
- ¿Qué les parece si armamos un "fasito"?, dijo interrumpiendo el segundo actor.
- Bueno - dijo Jorge - Vamos a casa.

Esa noche empezó a caer gente por lo de Jorge, como una confirmación de la existencia de la telepatía, al menos entre cierto tipo de gente. Había por lo menos unas quince personas a las dos de la mañana, y whisky (que puso Jorge), vino (berreta, que trajo un colado), y alguna cerveza. También fue por cuenta de Jorge la marihuana y la cocaína, pero eran las reglas de la casa de veraneo; él ponía las drogas, y los demás la diversión.
A las cuatro de la mañana, Jorge se fue a acostar, porque estaba liquidado; los demás se fueron al alba.

Al otro día, al mediodía, se despertó y fue con el perro a buscar un asado al supermercadito que había en la carretera, a unos 15 Km. Tuvo que cargar la leña él, porque había faltado el ayudante. Después pasó por la estación de nafta y llenó el tanque, más un bidón de 30 litros de súper para la lancha.
Después de bajar la leña y el bidón, empezó a armar el fuego en el parrillero.
A las dos, apareció Cecilia, en traje de baño y se sentó bajo el toldito con un vaso de cerveza en la mano.

- Gordi, ¿te sirvo una cerveza? - dijo Cecilia.
- Si. Correte que te puede caer una brasa - dijo Jorge mientras rastrillaba el fogón.
- Decime una cosa. ¿te hubiese gustado tener hijos? - dijo Cecilia.

Jorge paró lo que estaba haciendo y miró por un momento a su esposa; y pensó "No, no me hubiese gustado preguntarme toda la vida si serían míos o de cualquier otro".

- No sé... ¿No te parece que ya es un poco tarde para pensar eso en serio?
- ¿No te gustaría adoptar uno?
- ¿Vos te creés que con el tipo de trabajo que tengo, van a darte un niño? Esa gente averigua a que te dedicás, si sos un tipo "normal", digo yo...
- Si, es cierto - dijo pensativa Cecilia.

Comieron el asado en silencio. Como siempre, Jorge comió como un león, y casi sin masticar tragaba grandes bocados de carne. Ella, comió poco, estaba rara, como triste. "Ahora le vino la manía de tener un hijo", pensó Jorge; "así como antes tuvo la manía de ser actriz de teatro, de profesora de yoga, de pintora, de ceramista... debe ser manija de Laura, que tuvo hace poco y quiere que todos sean felices como ella..."

A eso de las cuatro de la tarde, fueron a la playa; caminaron las diez cuadras bajo el sol ardiente, porque estaba mal visto moverse en un vehículo tan burgués en un lugar "intelectual".

Se encontraron con un grupito de una decena de personas, haraganeando en la playa. Había algún "famoso"; un dramaturgo y un par de escritores medianamente conocidos, más los habituales personajes cuya ocupación principal es estar en las fiestas de los "famosos". También había otro dealer.

Jorge estaba un poco triste; la convicción de la infelicidad de su mujer le había dejado un gusto amargo. Pero se había traído a la playa el antídoto ideal, el "curalotodo" de los drogos: un "ácido".

- Traje un par de "ácidos" - dijo - ¿Alguien quiere?
- A mí no me vendría mal - dijo una gordita que Jorge creía se llamaba Tamara, pero que en realidad se llamaba Thalía.
- Tomá - dijo Jorge partiendo un papelito a la mitad - Dentro de media hora vamos a estar volando...

Luego de llevarse la minúscula lámina de papel a la boca, decidió darse un baño, porque tenía un calor bárbaro. El chapuzón en el agua helada lo refrescó.

Se sentó en la arena, y al minuto pasó. Sintió un dolor en el brazo izquierdo y en el pecho, como si lo hubiesen atravesado con una espada de lado a lado. Apenas atinó a decir "Ceci..." y se cayó para adelante. Enseguida todo el grupo se acercó, sorprendido, y lo pusieron boca arriba. Nomás al ver el color de su cara, se dieron cuenta que algo grave le había pasado.

- ¡Tiene un ataque al corazón! - dijo uno de los inútiles, que había dejado medicina en el segundo año.
- ¡Jorge, Jorge! ¡No te mueras! - decía desesperada Cecilia, y lloraba de verdad.
- ¡Vamos a llevarlo hasta la camioneta! - dijo uno.
- ¡Pesa una tonelada, gil de mierda! ¿Cómo vamos a llevarlo diez cuadras?
- ¡Cecilia, pensá! ¿En dónde están las llaves de tu camioneta?
- ¡No me acuerdo, no me acuerdo...! - dijo llorando
- ¡Bueno, acompañame, vamos a buscarla! - dijo uno que había sido su amante hacía un par de años.

Corrieron todo lo que pudieron y volvieron en la camioneta. El que manejaba, no se animó a meter la camioneta hasta donde estaba tirado Jorge, por miedo a enterrarla en la arena y empeorar la situación.
Lo subieron como pudieron a la caja de la camioneta y salieron a toda velocidad hacia la policlínica más cercana, a 50 Km. de "Punta Serena".
La gordita que había compartido el LSD con Jorge, se reía con expresión estúpida, soñando que era una broma...

Cuando llegaron a la policlínica, Jorge había muerto hacía 22 minutos, exactamente.

Bueno, las preguntas de la policía, las llamadas a los familiares, todo eso fue muy difícil de asumir para el ex amante de Cecilia, que tuvo que hacerle frente al temporal. Un servicio para el cornudo, que sentía se lo debía.

Fue aún más difícil de soportar para la madre de Jorge. Lo quería mucho, aunque sabía a lo que se dedicaba su hijo.

En el velorio habló un poco con Cecilia, sin llegar a reconciliarse. Le dijo cómo lo iba a extrañar, cómo recordaba la última vez que lo vio, cómo estuvo en el jardín del fondo un buen rato y luego se lavó las manos; el beso de despedida...

Tres días después de enterrar a Jorge, su madre se levantó pensando en él. Puso la caldera en el fuego, y preparó el mate. Se sentó en el mismo banquito de todas las mañanas, y estuvo un rato así, un poco ida. Luego se acordó que había dejado ropa secándose afuera, y fue a bajarla.

Su sorpresa fue enorme, cuando vio que en su jardín, alguien durante la noche había removido hasta el último centímetro de tierra, buscando la cajita de metal plateada.

***

(© 2001 Carlos B.)

jueves, 12 de marzo de 2009

MI BUENOS AIRES QUERIDA...



Sweet home Buenos Aires / donde el cielo es tan gris / sweet home Buenos Aires / condenado país...
(Charly García)


Subterranean sick blues.



Se me ocurre que mi situación en Buenos Aires es muy similar a la de una araña que por azar cayó en una tela que no le corresponde. Tiene que descubrir las conexiones, los caminos a tomar, ir dominando el nuevo territorio de a poco. Tarea difícil en esta ciudad, por dos motivos. Primero, porque la mitad del tiempo estoy recorriendo bajo tierra (amo el subte, no me importa lo que digan los de CQC, es el medio de transporte más maravilloso del mundo) y es difícil darse cuenta de la ciudad que se va desplegando encima. Anoche, que volví en taxi, tuve una mejor idea de cómo se conecta la Av. Corrientes con nuestro hospedaje de San Telmo.

La segunda razón es más estructural que operativa: Buenos Aires es desconcertante. Todo el tiempo está mutando en otra cosa absolutamente diferente. Por esa necesidad del ser humano de reconocerse en los paisajes que recorre, se me ocurre asociar imágenes con barrios y calles más vividos que éstas. Entonces doblo una esquina y estoy en la Ciudad Vieja, y a las dos cuadras entré en Zonamérica; unas cuantas cuadras y llego a Buschental; un poco más allá el Cerro.



El parque del desconcierto.



Ayer fuimos a una plaza que no entendimos. El eventual lector de esta crónica dirá: las plazas no se entienden, pero seguramente no pasó por este "experimento de urbanismo" que se ubica detrás de cuatro torres monumentales en la zona de Puerto Madero. Reconozco que la arquitectura abstracta tiene su encanto (como el "puente de la mujer", del Arq. Calatrava, que hay acá en el puerto, al que aún no le encontré la feminidad a pesar de observarlo por los dos costados).

Pero esta plaza, que entre nosotras y a falta de guía llamamos "del desconcierto", parecía sacada de una novela futurista, al mejor estilo Huxley.

Canteros circulares del pasto más fluorescente que vi en mi vida, dispuestos por azar o capricho entre caminos de granito gris oscuro o negro, intercalados con banquetas largas de frío cemento gris claro. Sin ton ni son. Un "parquecito" de troncos sin vida, amarillentos, como desprendidos de raíz; y en los rincones más inhóspitos, líneas de tres fuentecillas a modo de bebederos, que no sólo no tienen sentido estético sino también carecen de utilidad o logística. Como se apreciará, en lugar de correr despavoridas, pasamos varias horas intentando llegar a una explicación.
Sin éxito.


"Es la felicidad"



Mi amigo Catch sostiene que visitar bodegas "es la felicidad" (y yo no soy quién para desmentirlo). Pero hasta el momento, hemos encontrado nuestra "felicidad" en un recoveco del laberinto del Paseo la Plaza, en calle Corrientes, y no tiene que ver con el fermento de la vid, sino de la cebada.

Momento del "tip turístico": en el seno de este hermoso paseo cultural ubicado en Corrientes a la altura de Paraná, hay un recinto llamado Cruzat, que tiene la "primer y única" (bueno... ¡porteños!) cervezoteca del país. Más de 70 variedades, descritas en un menú con pelos y señales, aromas, gustos y retrogustos, graduación alcohólica y efecto sobre el espíritu, entre otros
detalles. El ambiente es entre medieval y zen (sincretismo, que le dicen). La decoración es caballeresca (escudos y armaduras, banderines, botellas vacías), y uno se sienta en sillones de cuero o banquetas cuadradas, blancas o negras.

El mozo que nos correspondió parecía un hobbit, y la cerveza se medía en Pintas, lo que me pareció de lo más adecuado. Recomiendo de corazón y de paladar el "Sampler". Por 24 pesos, te traen una especie de arbolito de metal en el que disponen diez tipos artesanales de cerveza en vasos un poco más grandes que los de grapa.

A probar, a probar. Para no morir en el intento, acompaña un platillo de queso y uno de maní.


Palito Ortega, la merenjena y el choripán cultural.



Nuestra existencia en ese recinto adorado que acabo de describir tenía un sencillo motivo: ir a ver el programa de Dolina. Claro, ahora entiendo. Pagar el Buquebús (incluso el lento) y venir a esta ciudad tiene muuucho más sentido que las cinco horas de cola frente a la radio El Espectador, y las dos o tres subsiguientes en la Sala Zitarrosa. Acá llegamos doce menos diez,
nos sentamos en tercera fila, y no por falta de lugares en las dos primeras, sino que, por la disposición de la sala, en esas de más adelante un siente que está violando la burbuja personal del señor Alejandro.

Me sorprendí con Dolina en los primeros minutos, cuando habló de La Noche de los Museos. Me desconcertó su criterio sobre la "cultura" y las formas de vincularla a "la masa". Decía que no había que "poner zanahorias para atraer burros" hacia la cultura, como vender choripanes en la puerta de un museo y pasar música. No esperaba algunos de los argumentos que manejó, me chocaron pero aún debo procesar por qué.

El programa estuvo muy bien, y reí a más no poder, lo cual era muy necesario teniendo en cuenta el gris y lluvioso día que pasamos. Hablaron de los raptos de las hadas, de los múltiples usos de las medias, del precio de las verduras, de cómo hacer una milanesa de "merenjena" o mandar a picar carne a la carnicería, y las similitudes entre "Despeinada", de Palito Ortega, y "Stand by me". Al final, eligieron Despeinada como cierre de programa y nos fuimos tarareando sus acordes en el taxi. O quizá eran los deStand by me, que para el caso, se aplicaba mucho más.


Subterranean sick blues 2.



La dinámica de la lluvia sería algo así: el primer día, quizá también el segundo, uno mira el cielo con cierta desesperación y trata de encontrar en algún hueco entre nubes grises y más grises, un indicio del sol que vendrá. El tercer día, asume que es probable (aunque no lo quiera confesar públicamente) que siga lloviendo. Y sigue, porfiada, la lluvia. El cuarto día, la lluvia no es más que una circunstancia, y uno sale sin paraguas, caminando por los parques como si nada pasara. Uno sabe que no se va a oxidar, así que cambia la cara y disfruta.

Y Buenos Aires con lluvia es encantadora. Todo resplandece. El verde es más verde, el gris es más gris.

Un viejo, flaco y de rostro enjuto cual Quijote que usa un paraguas como bastón, intenta meter a presión su trasero en una fila de asientos de subte que, con cinco personas (incluidas nosotras) ya no tolera otras asentaderas. De todos modos, empuja, desplaza carnes y logra un pseudo-lugar en el asiento. Con una sonrisa de oreja a oreja, nos mira y exclama a viva voz "parece que están
un poco gordos todos, je je... a ver si dejan algo para nosotros". Así comienza el jueves, 8 am, en la línea E destino Bolívar.

En la estación de Once tomamos un tren a Luján, más por tener tiempo y ganas de hacer quilómetros que por cualquier tipo de religiosidad. Una hermosura. El paisaje es tan verde, que parece una panorámica de Jurassic Park. Como siempre, tendemos a buscar nuestra propia ruta turística, sin hacer mucho caso de los highlights de los mapas ideados para el viajero.

No obstante, por esta vez y por profunda ignorancia de la ciudad, decidimos emprender la búsqueda (infructuosa, aviso) de un mapa. Fuimos a la Municipalidad y con nuestra mejor cara de turista pedimos por el tal instrumento como si la vida nos fuera en ello. La muchacha de Informes nos indicó que fuéramos a Catastro. Y ahí comenzó nuestra pequeña odisea burocrática al peor estilo Intendencia de Montevideo. En Catastro nos atendió un señor muy atento (valga la redundancia que no siempre se cumple) y nos miró incrédulo ante nuestro pedido "mapa turístico".

Claro, la muchacha de Informes nunca entendió que Catastro no se dedica a ello, por lo cual concluimos que la necesitada de información era la señorita. El atento viejito de la repartición catastral nos señaló amorosamente "para un mapa así tienen que ir a Turismo". Más claro, agua. -¿Dónde queda Turismo?, es la pregunta de rigor de quien no conoce el suelo que pisa. "En La Cúpula", contesta impasible el señor. ¿Cómo hacerle entender a ese personaje que si dos personas preguntan por un mapa, es porque quizá no sepan cómo llegar a un lugar sólo por su nombre? Así mismo se lo explicamos, y el señor sólo agregó "siguen derecho, y antes del río está La Cúpula. Ahí está Turismo". Perfecto.

Sin mapa, salimos a lo que se parecía el centro, y así era. Como turistas aficionadas, intuimos que tremenda catedral en el medio de una plaza increíblemente bella, merece la pena ser visitada. Pero ¿cuál es la urgencia? Si podemos primero pasar por una calle de-esas-que-no-dicen-nada, o ir hasta el parquecito medio venido a menos lindero al río, o entrar en un Hotel donde estaba realizándose una subasta entre vendedoras de Avón:

- "A ver.... cuántos puntos por esta compotera..." (señora mayor levantando la mentada compotera)
- (Coro) 200 puntos.
- ¿Cuántos perfumes hay que vender para los 200 puntos?
- (silencio y coro)... 20 perfumes.
- ¿Y cuál sería la ganancia...".

Suficiente.

A la tarde fuimos al Café Tortoni y nos encontramos con Pablo. Un amigo de G., de esos que conoce por blog, o fotolog, o una de esas herramientas virtuales de comunidad. Nunca, jamás, había tenido que hacer cola para entrar a un café, pero era viernes, era el Tortoni, era lluvioso.
Lo extraño de los lugares turísticos así, además de la cantidad de gentes, es la variedad en sus costumbres. Entonces, a las siete de la tarde, no tuvimos más remedio que ingerir nuestro café cubano (con Baccardi, crema y canela) mientras un yanqui se encajaba un bistec del tamaño de una bandeja (no miento) y sentir los efluvios carnísticos poco apropiados a los estómagos sudamericanos a esas horas.


El día después de ayer.



Último amanecer bonaerense, finalmente con sol en la cara. Fue el día más "Yo" desde que estoy acá. Me hice amiga hasta de un colectivero, en lo que tardó en llegar desde Recoleta a Plaza de Mayo. Antes de eso, tuve el placer de acompañar a tres mexicanos y una peruana en su primer viaje de Subte (claro, yo estaba tan ducha en las lides subterráneas que al lado de ellos parecía locataria), y compartir la mañana con ellos en el Jardín Botánico de Palermo. Y aún antes, me dediqué a hacer buenas migas con Heather, una neozelandesa a la que terminé invitando a visitarme a Montevideo (así practico mi oxidado inglés y de paso, capaz que me devuelve la gentileza y me lleva a NZ).

El colectivero, línea 61, estaba como todos los porteños: emocionados con el día de sol, después de tantos grises y lluviosos. Quizá por eso, charla mediante desde el primer asiento, terminó inventando una parada en la precisa esquina en que me venía bien bajar. Estaba de tan buen humor el cristiano que me hubiera llevado a la mismísima puerta del subte si hubiera podido desviarse.

Todos los demás (porteños, no colectiveros) se lanzaron a plazas y parques -que en Recoleta abundan- en short y bikini a tomar sol, andar en patines, sacar a los perros, dormir una siesta al aire libre, en fin, vivir su ciudad. Es por eso que el índice habitacional de este domingo bonaerense creció a límites inimaginables: los turistas a los que el tiempo les da lo mismo, y muchísimos locatarios ávidos de luz y calor.

Voy a hacerla corta y me voy a arriesgar. Me quedan aún unas seis horas en esta ciudad, y toco madera mientras empiezo estos renglones que vengo pensando desde que me bajé del 61. Buenos Aires ha sido generosísima conmigo. O los cuentos de inseguridad y problemas, o el mal humor y carácter de los porteños se magnifican en las voces de los que han pasado malos ratos. Nunca, jamás, me sentí amenazada o temerosa, en las calles de los distintos barrios, sin importar la hora o circunstancia. La gente fue gentil al extremo, los taxistas no nos robaron. Los colectiveros devuelven el saludo si les das los buenos días, y sonríen (lo viví en tres casos).

Me voy con esa imagen, quizá deformada, pero afortunadamente vívida. Ahora sólo espero la cerveza de despedida, el embarque en hora y, con viento a favor, la llegada a Montevideo. En los dos días que me quedan de licencia, casi con seguridad me encontrarán en mi casa, con los pies metidos en un latón.

***

© Helga 2007


jueves, 5 de marzo de 2009

"EL DÍA DE LA PROVIDENCIA"

Escribe: Carlos B. (20 años de TV aún no han logrado deprimirlo)


(Cualquier identificación de este relato, con una persona concreta, es errónea. Así que, 'take it easy, baby...')


Faltaban 5 minutos para las 9:00 de la mañana. Beto abrió un ojo, y miró el despertador. "Lo voy a apagar, así la gorda duerme por lo menos 15 minutos más" pensó con la parte de su cerebro que estaba en funcionamiento.
Se levantó lentamente, siempre cuidando de apoyar el pie derecho primero, como todas las mañanas. Fue al baño, y se miró en el espejo. Vio lo que también venía viendo desde hacía años: una cara que necesitaba afeitarse para no parecer 10 años más viejo de lo que era. Se preguntó por milésima vez si debería hacerse un lifting; hay cosas que ni el maquillaje más experto logra disimular.
- ¿Qué hora es? - preguntó una voz desde el dormitorio.
- Las nueve... no te quise despertar, mi amor.
- ¡Ah! Hoy hay programa, ¿no?
- Siiiimm

Beto se estaba afeitando, cuando por un fugaz momento se miró a los ojos. Rehuyó de su propia mirada, como un movimiento reflejo. En ese instante, cobró conciencia que lo venía haciendo desde mucho tiempo atrás. Y sabía muy bien porqué.
"Hoy es el día en que tengo que dejarla... Hoy, voy a grabar el programa y la voy a dejar. No se puede seguir así. Esto es una mierda, tengo que cambiar" y todas esas cosas que se suele decir cuando uno hace algo que sabe que está mal, que le hace mal.

Mientras se sacaba los restos de espuma de la cara, su mujer entró al baño a hacer "pipí". "¿Porqué las mujeres lo primero que hacen cuando se despiertan es mear?" pensó. Él solía orinar en la ducha; el sonido del agua de la regadera fluyendo lo estimulaba, era como un reflejo de la niñez.

Ya vestido, con un jogging y sentado en la mesa tomando un yoghurt, la TV encendida en un canal de noticias las 24 horas, con la mente lejos, pensando qué carajo iba a preguntar durante la entrevista a un músico invitado en su programa (uno de esos artistas que disfrutan del minuto número 7 de su fama de un cuarto de hora), se dio cuenta que su mujer le hablaba.
- ¿Cuándo vamos a cambiar el auto?
- ¿Cómo cuándo vamos a cambiar el auto? ¿Qué tiene de malo?
- ¿Qué tiene de malo? Es un auto viejo - dijo su mujer, y a él le pareció que lo de viejo era una velada alusión a su edad.
- ¿Cómo va a ser un auto viejo si tiene apenas dos años?
- Justamente; precisamente vos no podés andar en un auto tan viejo. Estoy podrida que la gente me haga indirectas de que sos un amarrete.
- No soy amarrete, no me gusta hacer ostentación - dijo Beto, ya empezando a molestarse - Además, vos tenés tu auto y yo no me meto ...
- ¡Eso sí que es gracioso! ¡Que no te metés con mi auto! ¿No me hiciste comprar un auto que costaba la mitad del que yo quería? Yo quería una Pathfinder, y vos me obligaste (sí, no pongas esa cara), me obligaste a comprar esa mierdita que no cabemos cuatro amigas juntas...

Beto estaba pensando que el día había empezado mal, no era un día propicio para dejarla. No, realmente iba a tener que hacerlo el fin de semana, que ¡justo! era 21 de Setiembre, el día de la primavera, un día fantástico para empezar una nueva vida...
- ¿Me estás escuchando? ¡Cómo te hacés el boludo cuando te hablo de plata, eh!
- No, te estaba escuchando... Mirá, se me hace tarde para ir al canal; podemos hablar de esto más tarde, yo que sé, después de grabar... ¿Vas a ir a verme?
- Sí, como siempre.

Pero había algo distinto, algo que sonaba vagamente inquietante en esa frase tantas veces repetida.
Beto hizo un esfuerzo, un gran esfuerzo para no caer en la tentación. Sacando fuerzas de algún lugar, tomó su mochila, le dio un beso a su mujer y salió.

Subió a su auto "viejo"; un buen auto "con tapizado de cuero auténtico" pensó. Miró hacia todos lados y vio que estaba solo en el garaje subterráneo del edificio. "¿Y si me la doy? Podría ser en otro día..." En ese momento, sonó un bocinazo que le hizo dar un salto, y miró asustado al costado. Un hombre lo saludaba, con cara de "¡Hola, vecino famoso!". Era el pelotudo del 6º piso, un tipo que se hacía pipí porque lo invitase un día a su casa. Con el corazón a 130 pulsaciones por segundo, puso cara de simpático, pensando qué hubiera pasado si el vecino hubiese llegado un minuto después. Si el portero se hubiese enterado, en una semana todo el edificio sabría que él, Beto, el tipo de la tele, el presentador número uno del país, se daba "la biaba", ¡y nada menos que a las 10:00 de la mañana, en el garaje! Se había mudado hacía relativamente poco, y menudo escándalo.

En el tránsito, como siempre. Sin mirar a los costados, para no tener que saludar cada 15 segundos a los cholulos ("todos son cholulos" , pensaba, "los que me quieren saludar, los que se hacen los que no me reconocen; todos"). La maldición de los semáforos. Los limpiaparabrisas de las esquinas de las avenidas ("Ahora hasta hay malabaristas, tragafuegos, que hacen su show y me miran como si los fuese a llevar al programa; cualquier día").

- ¡Una monedita, Beto! - decía un muchachón con pinta de rapiñero. -¡Qué no se diga; unos pesitos p'al vino!
Lo salvó la luz verde, haciendo gestos de "¿Ves? No puedo..." arrancó su auto.

Cuando llegó al canal, ya había una cola bastante larga en la puerta, de gente esperando para presenciar su programa, "¡El Programa que regala más premios de toda la televisión nacional...!"

Hubo un ligero tumulto cuando quiso entrar al canal, no de la gente que estaba en la cola, sino la habitual multitud de pedigüeños, de gente desesperada porque le remataban la casa y le pedía que él, Beto, hiciera algo; los de la Asociación de Niños con Dificultades para Jugar al Fútbol. A todos dedicarles ¿cuánto? ¿15 segundos?. ¿Qué se pensaban que era? ¿Dios?
Por suerte pudo pasar rápidamente entre la gente, con ayuda del portero; "Hable con mi asistente, ya se lo mando..." Pobre Carlos, tener que aguantar los lloriqueos de toda esa gente, prometer, darles un teléfono interno del canal que podrá sonar días enteros sin que nadie se digne a levantarlo; "Para eso le pago..." pensó cuando la fugaz misericordia se esfumó. Y se esfumó enseguida, porque Carlos, su asistente personal, le dijo que había tres anunciantes nuevos, y que dos de ellos querían incluir "chivos" dentro de la rutina del sketch cómico; rutina ya ensayada, aprendida y que contenía tantos anuncios que ya no parecía un sketch cómico, sino una página de clasificados del diario.

- ¿Pero no les dijiste a los de Gerencia que eso es un disparate? ¡Tengo 26 chivos en 5 minutos de sketch! ¡No da el tiempo ni para hacer los pocos gags que ensayamos!
- Yo les dije, pero qué bola me van a dar... - dijo su asistente y le pasó los nuevos textos que incluían algo de diálogo agregado relativo a un paquete de papitas fritas y otra situación con un refresco de $15.90, sabores naranja, pomelo y limón.

El asistente pensó "ya bastante que te tengo que aguantar a vos, todavía me voy a pelear con los de comerciales..." Tenía puesto uno de esos transmisores incorporados a la cabeza. Uno estaba tan acostumbrado a verlo con ellos, que se diría que le habían hecho un transplante. Hacían juego con su cara de resignado.

Beto entró a su camerino, que no era precisamente el camerino de las estrellas de Hollywood. Los sillones algo desvencijados, el piso con el linóleo gastado en las zonas de más tránsito, el color crema de la pared con un sospechoso tono nicotina.
Se miró en el espejo, se sentó y pensó. "Bueno, ahora sí, es el momento de dársela..."
Abrió su mochila, sacó el guión del programa "Nº 574, 18 de Setiembre". Un guión abultado, con cientos de palabras aprendidas y escritas por él, por Fenticelli y por algunos idiotas de agencias de publicidad, que incluían sus éxtasis creativos sobre jabones, tinta para el pelo, licuadoras, álbumes de figuritas...todo al divino botón, ya que después improvisaba, morcilleaba, leía los carteles que sostenía desesperado el asistente con su transmisor incorporado; es que sencillamente era imposible decir el texto sin salirse en un programa que dura tres horas y que tiene público en vivo (¿decenas, centenas? nunca los contó), un público horrible, maleducado, que lo único que quiere es participar y llevarse algún regalo para la casa, aunque más no sea un paquete de analgésicos.

En el fondo de la mochila encontró lo que buscaba: a Arturito. Cuando estaba a punto de hacer su primer inhalación, abrió la puerta Lebrato, el gerente de producción.

- Ah, Beto, cómo estás...

Beto tuvo que hacer un verdadero malabarismo para que Lebrato no viese lo que estuvo a punto de suceder, reflejado en el enorme espejo del camerino. Por suerte, Arturito es una cosa tan rara, tan alejada de los objetos cotidianos de este mundo, que habría que ser un verdadero adivino para verlo y saber lo que en realidad es, si uno no es un iniciado.

- Beto, hoy vamos a hacer unos cambios en el programa... - empezó Lebrato con lentitud.
- Si, ya me dijo Carlitos, hay que agregar unos chivos de papas fritas y otro de...
- No, no me refiero a eso. Hoy vamos a presentar a una cantante que la gerencia tiene interés en promocionar...
- ¿Y dónde la vamos a poner? Porque no queda ni un minuto libre aunque hiciese todo el programa en fast foward...
- ...Va a ir en lugar de "Martita".
- ¡Pero si es mi mejor sketch!
- Si, pero la gerencia ha recibido muchas quejas de políticos; la semana pasada se te fue la mano...
- ¿Con Rodríguez Cánula?
- Si, llamó y levantó en peso el techo...
- ¡Si lo están procesando por afanarse la mitad del presupuesto del ministerio!
- Como sea, la gerencia tuvo que resarcirlo con una nota de cinco minutos en el noticiero a raíz de tu "gracia"... Y no pienses que cuando termine la grabación no vas a tener que subir a hablar con el "Viejo". Además hay otro tema que van a hablar...
- ¿De qué? - dijo Beto mientras se quitaba el jogging.

En ese momento entró la vestuarista, con los trajes de ese día. Lebrato aprovechó a irse, con aire misterioso. Cuando Beto se dio vuelta, ya no estaba. A nadie le gusta ser el mensajero cuando las noticias no son buenas.

En la agitación que siguió, la llegada de los actores y músicos, la maquilladora, el peluquero, el asistente con su habitual negativa a tomar decisiones y complicarle la vida a Beto, el sonidista para informarle que la cantante protegida por la gerencia, era incapaz de cantar uniformemente, es decir que susurraba y gritaba, alternadamente; y los rumores, más los pequeños problemas, que todos juntos hacen un infierno los momentos antes de grabar un programa largo.

Todo eso lo distrajo, y su necesidad pasó a segundo término. Cuando tuvo un minuto libre, ya faltaba muy poco para empezar a grabar, con el público impaciente en un estudio sin aire acondicionado y con 40º C, niños llorando, etc. Fue al baño a hacer una imperiosa necesidad, y al llegar se acordó que había guardado la mochila (con el Longines, las cadenas de oro y ¡Arturito!) dentro del armario con candado del vestidor. Y delante de tanta gente, quedaba mal hacer aspavientos. El creía que su secreto, su vicio, era todavía bastante secreto, pero eran vanas ilusiones. Si lo hubiese hecho allí mismo, nadie se habría asombrado (y varios lo hubieran mangueado).

En fin, fue al baño, con el tiempo justo para volver, mirarse al espejo, mientras la orquesta anunciaba su próxima aparición en el "¡Estudio 6, el más grande del país!". Subió las escaleras, y el público rugió y aplaudió a rabiar, mientras Carlos, el asistente, sostenía un gran cartel hecho a mano que rezaba "APLAUSOS".

Mientras transcurrían las horas, los mismos chistes reciclados, las entrevistas, los sketchs, los chivos, los participantes del público, las llamadas telefónicas por "¡El millón de dólares!", que siempre termina convertido en 200 dólares o en nada, Beto buscaba con la mirada entre la multitud a su mujer, su talismán. Pero no estaba; tampoco quiso preguntar a nadie si la habían visto llegar.


Lo peor; mientras su necesidad de un buen "jalazo" se hacía cada vez más imperiosa, y sus últimos gramos de paciencia se agotaban con la cantante "paracaidista", nunca lograba estar ni un minuto solo. Por algún motivo, que no llegaba a comprender, siempre que estaba cerca de concretar, algo pasaba, alguien aparecía, una luz se encendía en el oscuro estudio vecino en el cual había ido a refugiarse.

Fue entonces cuando la luz se hizo en su interior: Dios, o la Providencia, o como quieran llamarle, se había propuesto ayudarlo a terminar con su vicio.
Se sintió reconfortado, como hacía muchos, largos años que no se sentía.
Volvió tan cambiado del camerino, con tanto entusiasmo en medio de tanta gente cansada, a grabar el último bloque, que todos pensaron que finalmente, "se la había dado".

Cuando terminó el programa, se apagaron las luces, el público se fue, el hombre del barrido entró al estudio con su enorme escobillón, y Beto quedó finalmente solo en el camerino, transpirado, mirándose al espejo, cuando sonó el teléfono junto a él.

- ¿Beto? - era Diana, la secretaria del gerente general.
- ¿Sí?
- ¿Podés subir a gerencia, que Anchorena quiere hablar contigo?
- Ya subo.

"Bueno, me van a intentar mear por lo del ministro, pero no le voy a dar el brazo a torcer" pensó mientras subía las escaleras y entraba en un hall en donde, sí había aire acondicionado.
Golpeó la puerta y la secretaria le abrió.

- Pasá que te está esperando... - dijo Diana con su habitual cara de póker.

Anchorena estaba hundido en su enorme sillón, un sillón como un trono apropiado para un rey como Luis XIV, un hombre nacido rey y reinando hasta una vejez avanzada, que es lo que más o menos era el gerente general.

- Ah, Beto, como estás...
- Cansado...
- Me imagino... - dijo "El Viejo" en un tono cansino, sospechosamente cansino.
- ¿Me querías hablar? - dijo Beto, tratando de que el aire le llevase a su nariz algunas moléculas de este misterio.
- Beto, vos sabés bien lo que te aprecio... ("Uyyyy" pensó Beto).
- Y estás bien al tanto de las dificultades que pasamos en estos momentos...
- Estoy... podés contar conmigo para lo que sea - dijo Beto con un frío que le invadía los huesos.
- Mirá, te voy a ser claro, porque ¿para qué dar vueltas? Vamos a hacer una reducción del salario de todos los niveles gerenciales, de un 50 %... y te voy a incluir. Vamos a hacer un contrato nuevo.
- ¿Cómo?
- ...
- ¡Pero si yo le doy de comer a este canal mucho más de lo que generan todos los demás programas juntos! ¡Y tengo un contrato!
- Tu contrato puede pasar a valer un carajo, Beto. Estamos re - fundidos, ¿entendés? Y los demás canales no tienen la más mínima intención de contratarte. No tienen ni la guita, ni la infraestructura; además, tu rating está bajando, y bastante. Yo creo que estás viejo, y si no me equivoco, tenés para un par de años más y después se te acaba... Además te metiste con Rodríguez Cánula, que es uno de los que realmente corta el bacalao en este país. El único canal que te podría contratar, aparte de nosotros, es propiedad de un testaferro del mismo Rodríguez Cánula, al cual hiciste quedar como un chorro y un incapaz la semana pasada.
- Que es lo que realmente es - dijo Beto tirando el último cartucho de valentía.

Beto salió de la oficina hecho polvo, bajo la mirada de "¡al fin te cagaron, terraja!" de la copetuda secretaria.

Subió a su auto, en medio de la noche. Unos niños le gritaron desde la vereda de enfrente "¡Grande, Beto!". Los miró y les sonrió.
Llegó a su garaje, abrió la cortina metálica con el control remoto y estacionó.
Buscó a Arturito dentro de su mochila y lo sacó. "Si hubo un momento en que necesité esto, ese momento es ahora" pensó.
Bajó del auto, tiró a Arturito al piso y empezó a aplastarlo con sus zapatos, con una furia que ni él mismo sabía qué significaba. El piso quedó lleno de pedacitos de acrílico, de vidrio, de mercancía blanca.

Tomó el ascensor, y la puerta se abrió en su casa, su lujoso apartamento que ocupaba un piso entero en el mejor barrio urbano de la ciudad.

Al entrar al living, vio a su mujer frente a una botella de whisky, y un espejo con cocaína.
Su mujer lo vio, y empezó a llorar.
- No puedo más, Beto... Estoy cansada de vos, de tu mezquindad...

Beto dejó la mochila en el piso, se acercó a la mesa, se sirvió un whisky y se sentó en una silla, frente a su mujer.
Miró durante un minuto el espejo con la droga, dio un sorbo del vaso, tomó el tubito de su mujer y aspiro una larga línea de coca.

Luego miró a su esposa , mientras la droga corría hacia su cerebro, y le dijo:

- ¿Sabés? Mañana vamos al concesionario, y te compro la Pathfinder.


(© 2001)