jueves, 5 de marzo de 2009

"EL DÍA DE LA PROVIDENCIA"

Escribe: Carlos B. (20 años de TV aún no han logrado deprimirlo)


(Cualquier identificación de este relato, con una persona concreta, es errónea. Así que, 'take it easy, baby...')


Faltaban 5 minutos para las 9:00 de la mañana. Beto abrió un ojo, y miró el despertador. "Lo voy a apagar, así la gorda duerme por lo menos 15 minutos más" pensó con la parte de su cerebro que estaba en funcionamiento.
Se levantó lentamente, siempre cuidando de apoyar el pie derecho primero, como todas las mañanas. Fue al baño, y se miró en el espejo. Vio lo que también venía viendo desde hacía años: una cara que necesitaba afeitarse para no parecer 10 años más viejo de lo que era. Se preguntó por milésima vez si debería hacerse un lifting; hay cosas que ni el maquillaje más experto logra disimular.
- ¿Qué hora es? - preguntó una voz desde el dormitorio.
- Las nueve... no te quise despertar, mi amor.
- ¡Ah! Hoy hay programa, ¿no?
- Siiiimm

Beto se estaba afeitando, cuando por un fugaz momento se miró a los ojos. Rehuyó de su propia mirada, como un movimiento reflejo. En ese instante, cobró conciencia que lo venía haciendo desde mucho tiempo atrás. Y sabía muy bien porqué.
"Hoy es el día en que tengo que dejarla... Hoy, voy a grabar el programa y la voy a dejar. No se puede seguir así. Esto es una mierda, tengo que cambiar" y todas esas cosas que se suele decir cuando uno hace algo que sabe que está mal, que le hace mal.

Mientras se sacaba los restos de espuma de la cara, su mujer entró al baño a hacer "pipí". "¿Porqué las mujeres lo primero que hacen cuando se despiertan es mear?" pensó. Él solía orinar en la ducha; el sonido del agua de la regadera fluyendo lo estimulaba, era como un reflejo de la niñez.

Ya vestido, con un jogging y sentado en la mesa tomando un yoghurt, la TV encendida en un canal de noticias las 24 horas, con la mente lejos, pensando qué carajo iba a preguntar durante la entrevista a un músico invitado en su programa (uno de esos artistas que disfrutan del minuto número 7 de su fama de un cuarto de hora), se dio cuenta que su mujer le hablaba.
- ¿Cuándo vamos a cambiar el auto?
- ¿Cómo cuándo vamos a cambiar el auto? ¿Qué tiene de malo?
- ¿Qué tiene de malo? Es un auto viejo - dijo su mujer, y a él le pareció que lo de viejo era una velada alusión a su edad.
- ¿Cómo va a ser un auto viejo si tiene apenas dos años?
- Justamente; precisamente vos no podés andar en un auto tan viejo. Estoy podrida que la gente me haga indirectas de que sos un amarrete.
- No soy amarrete, no me gusta hacer ostentación - dijo Beto, ya empezando a molestarse - Además, vos tenés tu auto y yo no me meto ...
- ¡Eso sí que es gracioso! ¡Que no te metés con mi auto! ¿No me hiciste comprar un auto que costaba la mitad del que yo quería? Yo quería una Pathfinder, y vos me obligaste (sí, no pongas esa cara), me obligaste a comprar esa mierdita que no cabemos cuatro amigas juntas...

Beto estaba pensando que el día había empezado mal, no era un día propicio para dejarla. No, realmente iba a tener que hacerlo el fin de semana, que ¡justo! era 21 de Setiembre, el día de la primavera, un día fantástico para empezar una nueva vida...
- ¿Me estás escuchando? ¡Cómo te hacés el boludo cuando te hablo de plata, eh!
- No, te estaba escuchando... Mirá, se me hace tarde para ir al canal; podemos hablar de esto más tarde, yo que sé, después de grabar... ¿Vas a ir a verme?
- Sí, como siempre.

Pero había algo distinto, algo que sonaba vagamente inquietante en esa frase tantas veces repetida.
Beto hizo un esfuerzo, un gran esfuerzo para no caer en la tentación. Sacando fuerzas de algún lugar, tomó su mochila, le dio un beso a su mujer y salió.

Subió a su auto "viejo"; un buen auto "con tapizado de cuero auténtico" pensó. Miró hacia todos lados y vio que estaba solo en el garaje subterráneo del edificio. "¿Y si me la doy? Podría ser en otro día..." En ese momento, sonó un bocinazo que le hizo dar un salto, y miró asustado al costado. Un hombre lo saludaba, con cara de "¡Hola, vecino famoso!". Era el pelotudo del 6º piso, un tipo que se hacía pipí porque lo invitase un día a su casa. Con el corazón a 130 pulsaciones por segundo, puso cara de simpático, pensando qué hubiera pasado si el vecino hubiese llegado un minuto después. Si el portero se hubiese enterado, en una semana todo el edificio sabría que él, Beto, el tipo de la tele, el presentador número uno del país, se daba "la biaba", ¡y nada menos que a las 10:00 de la mañana, en el garaje! Se había mudado hacía relativamente poco, y menudo escándalo.

En el tránsito, como siempre. Sin mirar a los costados, para no tener que saludar cada 15 segundos a los cholulos ("todos son cholulos" , pensaba, "los que me quieren saludar, los que se hacen los que no me reconocen; todos"). La maldición de los semáforos. Los limpiaparabrisas de las esquinas de las avenidas ("Ahora hasta hay malabaristas, tragafuegos, que hacen su show y me miran como si los fuese a llevar al programa; cualquier día").

- ¡Una monedita, Beto! - decía un muchachón con pinta de rapiñero. -¡Qué no se diga; unos pesitos p'al vino!
Lo salvó la luz verde, haciendo gestos de "¿Ves? No puedo..." arrancó su auto.

Cuando llegó al canal, ya había una cola bastante larga en la puerta, de gente esperando para presenciar su programa, "¡El Programa que regala más premios de toda la televisión nacional...!"

Hubo un ligero tumulto cuando quiso entrar al canal, no de la gente que estaba en la cola, sino la habitual multitud de pedigüeños, de gente desesperada porque le remataban la casa y le pedía que él, Beto, hiciera algo; los de la Asociación de Niños con Dificultades para Jugar al Fútbol. A todos dedicarles ¿cuánto? ¿15 segundos?. ¿Qué se pensaban que era? ¿Dios?
Por suerte pudo pasar rápidamente entre la gente, con ayuda del portero; "Hable con mi asistente, ya se lo mando..." Pobre Carlos, tener que aguantar los lloriqueos de toda esa gente, prometer, darles un teléfono interno del canal que podrá sonar días enteros sin que nadie se digne a levantarlo; "Para eso le pago..." pensó cuando la fugaz misericordia se esfumó. Y se esfumó enseguida, porque Carlos, su asistente personal, le dijo que había tres anunciantes nuevos, y que dos de ellos querían incluir "chivos" dentro de la rutina del sketch cómico; rutina ya ensayada, aprendida y que contenía tantos anuncios que ya no parecía un sketch cómico, sino una página de clasificados del diario.

- ¿Pero no les dijiste a los de Gerencia que eso es un disparate? ¡Tengo 26 chivos en 5 minutos de sketch! ¡No da el tiempo ni para hacer los pocos gags que ensayamos!
- Yo les dije, pero qué bola me van a dar... - dijo su asistente y le pasó los nuevos textos que incluían algo de diálogo agregado relativo a un paquete de papitas fritas y otra situación con un refresco de $15.90, sabores naranja, pomelo y limón.

El asistente pensó "ya bastante que te tengo que aguantar a vos, todavía me voy a pelear con los de comerciales..." Tenía puesto uno de esos transmisores incorporados a la cabeza. Uno estaba tan acostumbrado a verlo con ellos, que se diría que le habían hecho un transplante. Hacían juego con su cara de resignado.

Beto entró a su camerino, que no era precisamente el camerino de las estrellas de Hollywood. Los sillones algo desvencijados, el piso con el linóleo gastado en las zonas de más tránsito, el color crema de la pared con un sospechoso tono nicotina.
Se miró en el espejo, se sentó y pensó. "Bueno, ahora sí, es el momento de dársela..."
Abrió su mochila, sacó el guión del programa "Nº 574, 18 de Setiembre". Un guión abultado, con cientos de palabras aprendidas y escritas por él, por Fenticelli y por algunos idiotas de agencias de publicidad, que incluían sus éxtasis creativos sobre jabones, tinta para el pelo, licuadoras, álbumes de figuritas...todo al divino botón, ya que después improvisaba, morcilleaba, leía los carteles que sostenía desesperado el asistente con su transmisor incorporado; es que sencillamente era imposible decir el texto sin salirse en un programa que dura tres horas y que tiene público en vivo (¿decenas, centenas? nunca los contó), un público horrible, maleducado, que lo único que quiere es participar y llevarse algún regalo para la casa, aunque más no sea un paquete de analgésicos.

En el fondo de la mochila encontró lo que buscaba: a Arturito. Cuando estaba a punto de hacer su primer inhalación, abrió la puerta Lebrato, el gerente de producción.

- Ah, Beto, cómo estás...

Beto tuvo que hacer un verdadero malabarismo para que Lebrato no viese lo que estuvo a punto de suceder, reflejado en el enorme espejo del camerino. Por suerte, Arturito es una cosa tan rara, tan alejada de los objetos cotidianos de este mundo, que habría que ser un verdadero adivino para verlo y saber lo que en realidad es, si uno no es un iniciado.

- Beto, hoy vamos a hacer unos cambios en el programa... - empezó Lebrato con lentitud.
- Si, ya me dijo Carlitos, hay que agregar unos chivos de papas fritas y otro de...
- No, no me refiero a eso. Hoy vamos a presentar a una cantante que la gerencia tiene interés en promocionar...
- ¿Y dónde la vamos a poner? Porque no queda ni un minuto libre aunque hiciese todo el programa en fast foward...
- ...Va a ir en lugar de "Martita".
- ¡Pero si es mi mejor sketch!
- Si, pero la gerencia ha recibido muchas quejas de políticos; la semana pasada se te fue la mano...
- ¿Con Rodríguez Cánula?
- Si, llamó y levantó en peso el techo...
- ¡Si lo están procesando por afanarse la mitad del presupuesto del ministerio!
- Como sea, la gerencia tuvo que resarcirlo con una nota de cinco minutos en el noticiero a raíz de tu "gracia"... Y no pienses que cuando termine la grabación no vas a tener que subir a hablar con el "Viejo". Además hay otro tema que van a hablar...
- ¿De qué? - dijo Beto mientras se quitaba el jogging.

En ese momento entró la vestuarista, con los trajes de ese día. Lebrato aprovechó a irse, con aire misterioso. Cuando Beto se dio vuelta, ya no estaba. A nadie le gusta ser el mensajero cuando las noticias no son buenas.

En la agitación que siguió, la llegada de los actores y músicos, la maquilladora, el peluquero, el asistente con su habitual negativa a tomar decisiones y complicarle la vida a Beto, el sonidista para informarle que la cantante protegida por la gerencia, era incapaz de cantar uniformemente, es decir que susurraba y gritaba, alternadamente; y los rumores, más los pequeños problemas, que todos juntos hacen un infierno los momentos antes de grabar un programa largo.

Todo eso lo distrajo, y su necesidad pasó a segundo término. Cuando tuvo un minuto libre, ya faltaba muy poco para empezar a grabar, con el público impaciente en un estudio sin aire acondicionado y con 40º C, niños llorando, etc. Fue al baño a hacer una imperiosa necesidad, y al llegar se acordó que había guardado la mochila (con el Longines, las cadenas de oro y ¡Arturito!) dentro del armario con candado del vestidor. Y delante de tanta gente, quedaba mal hacer aspavientos. El creía que su secreto, su vicio, era todavía bastante secreto, pero eran vanas ilusiones. Si lo hubiese hecho allí mismo, nadie se habría asombrado (y varios lo hubieran mangueado).

En fin, fue al baño, con el tiempo justo para volver, mirarse al espejo, mientras la orquesta anunciaba su próxima aparición en el "¡Estudio 6, el más grande del país!". Subió las escaleras, y el público rugió y aplaudió a rabiar, mientras Carlos, el asistente, sostenía un gran cartel hecho a mano que rezaba "APLAUSOS".

Mientras transcurrían las horas, los mismos chistes reciclados, las entrevistas, los sketchs, los chivos, los participantes del público, las llamadas telefónicas por "¡El millón de dólares!", que siempre termina convertido en 200 dólares o en nada, Beto buscaba con la mirada entre la multitud a su mujer, su talismán. Pero no estaba; tampoco quiso preguntar a nadie si la habían visto llegar.


Lo peor; mientras su necesidad de un buen "jalazo" se hacía cada vez más imperiosa, y sus últimos gramos de paciencia se agotaban con la cantante "paracaidista", nunca lograba estar ni un minuto solo. Por algún motivo, que no llegaba a comprender, siempre que estaba cerca de concretar, algo pasaba, alguien aparecía, una luz se encendía en el oscuro estudio vecino en el cual había ido a refugiarse.

Fue entonces cuando la luz se hizo en su interior: Dios, o la Providencia, o como quieran llamarle, se había propuesto ayudarlo a terminar con su vicio.
Se sintió reconfortado, como hacía muchos, largos años que no se sentía.
Volvió tan cambiado del camerino, con tanto entusiasmo en medio de tanta gente cansada, a grabar el último bloque, que todos pensaron que finalmente, "se la había dado".

Cuando terminó el programa, se apagaron las luces, el público se fue, el hombre del barrido entró al estudio con su enorme escobillón, y Beto quedó finalmente solo en el camerino, transpirado, mirándose al espejo, cuando sonó el teléfono junto a él.

- ¿Beto? - era Diana, la secretaria del gerente general.
- ¿Sí?
- ¿Podés subir a gerencia, que Anchorena quiere hablar contigo?
- Ya subo.

"Bueno, me van a intentar mear por lo del ministro, pero no le voy a dar el brazo a torcer" pensó mientras subía las escaleras y entraba en un hall en donde, sí había aire acondicionado.
Golpeó la puerta y la secretaria le abrió.

- Pasá que te está esperando... - dijo Diana con su habitual cara de póker.

Anchorena estaba hundido en su enorme sillón, un sillón como un trono apropiado para un rey como Luis XIV, un hombre nacido rey y reinando hasta una vejez avanzada, que es lo que más o menos era el gerente general.

- Ah, Beto, como estás...
- Cansado...
- Me imagino... - dijo "El Viejo" en un tono cansino, sospechosamente cansino.
- ¿Me querías hablar? - dijo Beto, tratando de que el aire le llevase a su nariz algunas moléculas de este misterio.
- Beto, vos sabés bien lo que te aprecio... ("Uyyyy" pensó Beto).
- Y estás bien al tanto de las dificultades que pasamos en estos momentos...
- Estoy... podés contar conmigo para lo que sea - dijo Beto con un frío que le invadía los huesos.
- Mirá, te voy a ser claro, porque ¿para qué dar vueltas? Vamos a hacer una reducción del salario de todos los niveles gerenciales, de un 50 %... y te voy a incluir. Vamos a hacer un contrato nuevo.
- ¿Cómo?
- ...
- ¡Pero si yo le doy de comer a este canal mucho más de lo que generan todos los demás programas juntos! ¡Y tengo un contrato!
- Tu contrato puede pasar a valer un carajo, Beto. Estamos re - fundidos, ¿entendés? Y los demás canales no tienen la más mínima intención de contratarte. No tienen ni la guita, ni la infraestructura; además, tu rating está bajando, y bastante. Yo creo que estás viejo, y si no me equivoco, tenés para un par de años más y después se te acaba... Además te metiste con Rodríguez Cánula, que es uno de los que realmente corta el bacalao en este país. El único canal que te podría contratar, aparte de nosotros, es propiedad de un testaferro del mismo Rodríguez Cánula, al cual hiciste quedar como un chorro y un incapaz la semana pasada.
- Que es lo que realmente es - dijo Beto tirando el último cartucho de valentía.

Beto salió de la oficina hecho polvo, bajo la mirada de "¡al fin te cagaron, terraja!" de la copetuda secretaria.

Subió a su auto, en medio de la noche. Unos niños le gritaron desde la vereda de enfrente "¡Grande, Beto!". Los miró y les sonrió.
Llegó a su garaje, abrió la cortina metálica con el control remoto y estacionó.
Buscó a Arturito dentro de su mochila y lo sacó. "Si hubo un momento en que necesité esto, ese momento es ahora" pensó.
Bajó del auto, tiró a Arturito al piso y empezó a aplastarlo con sus zapatos, con una furia que ni él mismo sabía qué significaba. El piso quedó lleno de pedacitos de acrílico, de vidrio, de mercancía blanca.

Tomó el ascensor, y la puerta se abrió en su casa, su lujoso apartamento que ocupaba un piso entero en el mejor barrio urbano de la ciudad.

Al entrar al living, vio a su mujer frente a una botella de whisky, y un espejo con cocaína.
Su mujer lo vio, y empezó a llorar.
- No puedo más, Beto... Estoy cansada de vos, de tu mezquindad...

Beto dejó la mochila en el piso, se acercó a la mesa, se sirvió un whisky y se sentó en una silla, frente a su mujer.
Miró durante un minuto el espejo con la droga, dio un sorbo del vaso, tomó el tubito de su mujer y aspiro una larga línea de coca.

Luego miró a su esposa , mientras la droga corría hacia su cerebro, y le dijo:

- ¿Sabés? Mañana vamos al concesionario, y te compro la Pathfinder.


(© 2001)

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